¿Qué capacidades se ponen en juego cuando escribimos un ensayo?

Motivar a nuestros niños y jóvenes a poner por escrito lo que piensan y sienten es una tarea que debemos poner en práctica de manera frecuente. Y es que los beneficios de escribir son muchos, ya que se ponen en juego una serie de capacidades tanto intencionales como no intencionales.

Algún colega me dijo una vez:” Los niños no pueden escribir textos argumentativos”. Me llené de sorpresa y le pregunté si acaso no podían explicar por qué prefieren jugar fútbol que básquet. Mi amigo replicó que esos no eran temas académicos. Es cierto, sin embargo, lo que interesa es que aprendan la lógica de la argumentación. Desde niños pueden dar razones acerca de sus afirmaciones; trasladar esa lógica a temas formales y académicos resulta luego sencillo. Podemos iniciar con breves párrafos argumentativos con los más pequeños para, más adelante, desarrollar textos argumentativos de mayor extensión con los mayores.

Cualquier tema es adecuado para enseñar a argumentar, desde la simple pregunta:” Por qué te gustó la película x” hasta el cuestionamiento académico: “Explícame por qué podemos considerar los poemas de Benedetti como profundos y de aparente sencillez”. La clave del asunto es asegurarnos que nuestros niños aprendan a dar razones coherentes y lógicas sobre el tema en cuestión.

Respondiendo a la pregunta expresada en el título de este artículo, empezaré por afirmar que un ensayo es también un texto argumentativo. Escribir un texto de este tipo requiere conocimientos sobre el asunto a tratar. Pero básicamente contiene opinión, postura frente al mismo. Entonces, preguntémonos nuevamente qué capacidades se ponen en juego al escribir un ensayo.

En primer lugar, es importante elegir un tema de interés y evaluar cuánto sabemos al respecto. Ello, para garantizar un producto de calidad. Suponiendo que se conoce lo suficiente sobre el asunto elegido, el primer paso es decidir qué vamos a probar al lector, sobre qué lo trataremos de convencer. Y aquí va la segunda consideración antes emprender la aventura de escribir: nuestros destinatarios. La claridad sobre quiénes serán nuestros lectores nos permite discriminar y elegir el tipo de registro lingüístico que usaremos. 

Hasta aquí, ya sabemos sobre qué deseamos expresar nuestra opinión, a quiénes irá dirigido nuestro ensayo y qué registro lingüístico usaremos. ¿Qué sigue?

Planificar nuestro futuro texto es esencial. Esta práctica supone importantes capacidades como las de secuenciar, jerarquizar, organizar ideas. Estas suponen arduo trabajo pues obliga al estudiante a categorizar dichas ideas en función de su eficacia en el texto. Los niños aprenden cuáles son argumentos débiles y cuáles sólidos. Cuáles son más generales que otros, etc. Y deciden cuáles incluir en sus textos.

Terminado el esqueleto, tenemos que darle cuerpo. Lo que normalmente sigue es elaborar una buena introducción que dé no sólo el contexto suficiente para insertar la ida que vamos a defender, sino que además genere interés en el lector, sin dar demasiada información. Ello, nuevamente, nos obliga a elegir y organizar ideas, de modo que permitan cobrar sentido a nuestra idea rectora. Construir este andamiaje es básico al inicio del texto. 

Ahora viene la parte más interesante: cómo persuadiremos a nuestros lectores. Ya tenemos claros los argumentos que emplearemos para ello, pero hay que darles vida para mantener el interés inicial y lograr nuestro propósito de convencerlos.

Cada argumento debe estar suficientemente explicado y, si el tema lo permite, ejemplificado. El uso de frases convincentes con un lenguaje atractivo y vocabulario variado y preciso es un trabajo que demanda esfuerzo. Nuestras recomendaciones más frecuentes para los menores son: “Prohibido usar la palabra “cosa”, pensemos en otro término más preciso” o “Evitemos repetir palabras”. A los mayores los instamos a usar vocabulario técnico. Por ejemplo: “Vallejo utiliza originales metáforas para expresar los sentimientos del yo lírico”.

Los niños, por su parte nos preguntan: “¿Está bien si uso este conector?”. O “¿Cómo puedo empezar este nuevo párrafo?”. La primera pregunta no es tan simple. Lo que está detrás es qué relación hay entre las oraciones que quiero conectar. Cada párrafo del cuerpo argumental debe presentar cohesión, de modo que las oraciones que lo componen estén acertadamente relacionadas. 

La segunda pregunta tampoco es menor, porque apunta hacia la progresión del texto, de modo que exista lógica a la vez que el texto se desarrolla de párrafo a párrafo. En ese sentido tienen que buscar frases que aporten a la organización del texto, aquellas que los maestros de Lengua llamamos marcadores del discurso. Al esfuerzo de lograr cohesión se suma el de lograr coherencia.

A estas alturas, si nuestros estudiantes han logrado elaborar una adecuada introducción y un buen cuerpo argumental, lo que queda es hacer uso de la capacidad de síntesis para concluir el escrito, recogiendo lo más relevante de la argumentación y presentando una reflexión personal sobre la idea de la cual partimos.

Para terminar, es muy importante para los maestros que nuestros alumnos comprendan el valor de las palabras. El crecimiento integral de nuestros chicos no sólo es físico, sino además intelectual. Pero este último pasa por el crecimiento lingüístico, el cual aporta a la riqueza y profundidad de sus pensamientos

¡Nuestros chicos lo logran!

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *